lunes, 22 de septiembre de 2014

Capítulo 1: Emilia.

Con 85 años y medio cargados sobre sus espaldas, dibujándole arrugas por toda la piel y quebrando poco a poco los huesos de su cada vez más débil columna vertebral, Emilia caminaba a paso lento y cojo por las calles del pueblo más feo del sur de Andalucía. Llevaba en las manos lo que ahora todo el mundo llama "tupperware" -aunque ella seguía llamándolo fiambrera- lleno de esas albóndigas en tomate que a todos sus nietos encantaban. Concretamente a la mayor de los siete se lo llevaba a su casa cerca del mar porque ese fin de semana se quedaba sola, y a Emilia le preocupaba que la pobre Lorena no tuviera qué comer en esos tres días. La casa de Emilia estaba en el centro del pueblecito, que al no ser muy grande no distaba en exceso de la playa y no era mucho camino el que tenía que recorrer. Además, este era un pueblo bastante llano, por lo que la caminata se hacía menos tortuosa que en otras localidades de los alrededores salpicadas de cuestas (como San Roque, o Algeciras). 
Eran las 12 de la mañana de un bonito día primaveral en La Línea de la Concepción. El sol, como de costumbre a esa hora, estaba haciéndose hueco en el centro de un cielo libre de nubes y dejaba caer sus rayos sobre el lomo del peñón de Gibraltar, y sus aguas, que al evaporarse impregnaban el ambiente de un intenso olor a sal marina. Emilia miraba con ojos tristes aquella pequeña colonia inglesa y se recordaba paseando por sus calles de la mano de su Manolo. Si nosotros nos estamos situando en el año 2012, sólo hacía tres años que Manolo había fallecido en su cama del hospital. Él era un gibraltareño de padre londinense y madre gaditana, que conoció a Emilia cuando él tenía 18 años y ella 14. Fueron casualidades del destino que Manolo trabajara en un estanco y que Emilia se dedicara al contrabando de tabaco inglés para poder cuidar de sus hermanos, que se habían quedado huérfanos de padre durante la guerra -lo fusilaron por rojo-, y de su madre, muy enferma. Todo ocurrió muy rápido, se conocieron, se enamoraron y al año se casaron, y en poco más de dos años Emilia ya estaba dando a luz a Mariquita, la primera de sus cinco hijos. 
Con la muerte de Manolo, algo dentro de Emilia se rompió para siempre. Ella siempre fue una mujer muy charlatana y alegre, pero desde ese momento se la notaba más alicaída y fría, aunque poco a poco se apreciaba cierta mejoría. Por suerte, tenía a toda su familia para apoyarla y quererla, a excepción de Lolo, el hijo mediano, que perdió la vida en 1993 por culpa de un accidente de tráfico, y desde entonces Emilia va todos los domingos a dejarle flores en el lugar del siniestro.
Pensaba ella en lo mayor que estaba ya su Lorena, que tenía 19 años y todavía no tenía novio, y en lo difícil que lo iba a tener para casarse si seguía conservando esas pintas de muchacho que llevaba desde hacía un par de años. "Ay, pero con las melenas tan bonitas rubias que tú tenías, ¿pero qué te has hecho?" exclamó Emilia justo en el momento en el que vio a su nieta con su nuevo corte de pelo estilo chico. A veces pensaba que igual es que su Lorenita le había salido invertida, como le pasó al hijo pequeño de su vecina Pilar, pero es que a ese se le veían desde pequeñito las maneras. 
Justo antes de llegar a su destino, Emilia paró un momento en la panadería de su sobrina para comprarle a Lorena una barra de pan con la que acompañar esas albóndigas. El olor a bollos recién hechos era el olor favorito de Emilia desde que era pequeña, ya que es un olor que echó de menos en especial durante ciertos momentos de su niñez. Se fijó en los envoltorios de las chucherías nuevas, y en que cada vez los hacen más feos y más coloridos, y se preguntó si a Lorena le seguirían gustando esas cosas.
—Buenos días, tita Emilia —saludó su sobrina, Leti, esbozando una sonrisa—, ¿qué te pongo?
—Buenos días, niña. Dame una barra que no esté muy morena pero tampoco muy clarita.
Leti entró en el cuartillo de los hornos y volvió con una bonita barra de pan recién hecha. Le indicó a su tía que costaba 50 céntimos, y ella los buscó dentro de su monedero pero se dio cuenta de que no llevaba dinero alguno encima. Muy apurada, le explicó la situación a su sobrina, y ésta decidió fiarle sin problema.
—Mañana te lo pago, si Dios quiere, niña.
Y continuó rumbo a casa de su nieta, preocupada por su memoria, que poco a poco le empezaba a fallar. "Si mi Manolo hubiera estado para recordarme que no saliera sin dinero..." pensaba, y se le empañaban los ojos recordando cómo le reñía para darle un besito después. Durante todos los años en los que estuvieron de casados, nunca tuvieron una pelea fuerte y nunca dejaron de quererse. Cruzó la calle que tenía en frente la casa de Lorena mientras se frotaba los ojos para que la joven no pudiera percibir rastro alguno de esas lágrimas que se querían escapar con el recuerdo de Manolo. A los dos pasos que dio al cruzar la carretera, Emilia notó cómo algo la empujaba violenta y rápidamente hacia adelante y contra el suelo, para después sentir un enorme peso aplastando sus frágiles huesos de octogenaria. Y justo en el minúsculo instante antes de perder la conciencia, Emilia vio el rostro de su Manolo, sonriéndole con una mano extendida hacia ella.

"¡Señora, señora! ¿Está usted bien? ¡Ay, Luis, que hemos atropellado a una anciana!"